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27 de junio de 2011

Cosas nuevas


Menos mal que ahora venia mi materia favorita, sino me hubiera muerto. Había sido un día bastante malo. A pesar de habernos quedado dormidos lis tres en la casa de los Giordano, fui la única en ir al colegio a pesar del sueño que tenía. Sin Leo ni Mocca para ayudarme, quedé completamente expuesta a mis compañeros y sus bromas, empeoradas por el hecho de que a Luke lo habian suspendido por mi culpa. Eso sumado a una migraña, a la falta de sueño y a la confusión que tenía por la visita de la otra noche, se podría decir que era un día horrible.
Me senté en mi asiento y hundí la cabeza en mis brazos intentando dormir, hasta que sentí algo frío algo espeso en la cabeza. Abrí los ojos, saque la cabeza de su escondite y me toque el pelo. Genial, me habían metido plasticola en el pelo. Sin darme cuenta de que la profesora ya habia entrado, intenté salir. La profesora, que me miraba extrañada, me tapo el paso, haciendo que la plasticota se fuera secando antes de podermela sacar.
-    Luna, ¿adonde vas? – preguntó.
-    Es que me metieron plasticola en… - empecé a explicar, pero entonces me sorprendieron, justo antes de que se terminara de secar, tirandome una pelota de papel.
-    ¿Qué haces? Sali. ¿Cómo le van a hacer eso? – preguntó la profe a la clase – Luna, andate a lavar. Yo me encargo de esto. – me ordenó con una mano en el hombro en modo de soporte. Le agradecí y me fui.
Entre maldiciones y palabras no dignas de ser repetidas, intente sin éxito sacarme el papel de mi pelo ennudado en plasticola. No logre sacarlo, termine arrancandolo y me quedaron pegados algunos pedazos de papel en los rulos. Sin hacerle caso, ya que el sueño actuaba como anestecia sobre mi humor. No podía tener ni buen humor ni mal humor. Era casi un zombi.
Me quede un rato en el baño. Cualquier cosa, antes de volver me mojaba el pelo y le decia a la profesora que me había costado sacarlo, y que ni siquiera pude del todo. Me miré al espejo y recorde a esa chica Adelise. A pesar de tener un nombre de vieja, me ponía la piel de gallina el pensar en la poca competencia que era yo para ella. Me imagine cuales serían las razones, mas allá de su prominente orgullo, que llevaban a Leo a no querer por nada en el mundo estar con ella. Sabía que no era por que yo fuera mas linda, me daba cuenta y no lo podía culpar, tenia que ser realista, quiero decir, definitivamente ya había abierto los ojos, porque no podía negar que la habia visto. Talvez me prefería por ser inteligente, mis ideales, o el hecho de que siempre fui una persona leal… aunque él no podria saber eso, ya que aun no me había puesto en prueba. La duda que me mataba era la de si yo hubiera conocido a Leo antes de todo el desastre con Adelise, ¿me eligiría de todos modos? Era una pregunta rara, me hacía acordar de una cosa que había considerado todo el año anterior cuando escribía una historia muy parecida a lo que me estaba pasando en ese momento, el cariño a cierta persona o la pasión por lo físico de otra. Pensaba en esa gente que se quejaba, a pesar de tener una pareja a la que adoraba, por la falta de pasión, y en esos que ya tenían eso y se quejaban por la falta de alguien tan… especial.
Volvi a mi clase, tan inmersa en mis propios pensamientos que hasta me había olvidado lo que me acababa de pasar. De todos modos, tampoco me importaba. Si hubiera estado despierta me hubiera puesto de mal humor por el daño a mi pelo y lo difícil de sacarlo, pero no me importaba el hecho de que mis compañeros estuvieran asi de molestos. De todos modos, cuanto faltarian… ¿dos, tres años? Dos: cuarto y quinto.
Entre a la clase y me abrumó el silencio. Me sorprendió lo parecida que era mi clase en esos momentos a una iglesia vacía: todo silencio, aunque el más leve ruido retumbaba por las paredes. No era algo de la acustica del lugar, era la sorpresa de que tercer año no emitiera ni un gemido. Era tan extraño no escuchar ni siquiera el teclado de alguien que mandaba un mensaje de texto en la clase, las voces desafinadas de las chicas cantando la canción más “grasa” que se les pasaba por la cabeza o los gritos de los chicos. Sentía un vacío, y no podía creer que eso fuera producto de una clase ordenada.
-    Luna, veni dos segundos. – me pidió la profesora.
-    Es que… señora, no es algo que sea culpa de ellos, creen que yo menti… - intenté defender a mis compañeros sin entender la razon.
-    Les explique que paso. No voy a dejar que te sigan molestando. – aclaró sin dudar la profesora – Además, dejá de decirme señora, me aces sentir vieja.
-    Pero… es mi profesora, y estamos en el colegio…
-    No me importa, decime Sofía, solo no me llames asi frente a tus compañeros. – dijo con una sonrisa, me di cuenta que ya había dejado de ser mi profesora, era una amiga.
-    Bueno, Sofi, no quiero causarle problemas a Luke…
-    No te preocupes. No vas a causarles problemas.
-    Bueno, gracias.
-    Dejame decirte que estan todos bastante conmovidos. – comentó Sofía.
-    Pero, no sé.
-    No hay nada que saber, vayamos de vuelta a la clase, pero después quiero hablar con vos.
-    Dale.
Y me guío a la clase con su mano en modo de soporte en el hombro. Entramos y todos me miraron. La incomodidad que sentía era increíble. Me senté sin levantar la vista.
- Me alegro de que todos entendieran el tema. – felicitó Sofía. Entonces, como si fuera algo de todos los días, siguió con la clase.
- Lunática, perdoname. No te voy a decir que no te quería tirar la plasticola en el pelo, pero perdón por culparte. – se disculpó uno de mis compañeros en la clase, Marcos – Por cierto, me mandaron los chicos a decirte lo mismo. ¿Estas bien? Vos sabes que nadie te odia ni nada. Solo nos gusta joder.
- Si, lo se. No importa. Tuvieron suerte de agarrarme dormida. – bromeé.
Mi compañero se río y me pego suavemente en el brazo.”Genia” me dijo.
La clase fue interesante, aunque seguía demasiado dormida. Despues de un rato el barullo tan común del mi grupo volvio a la normalidad y mis compañeros estaban mas comprensivos que otras veces. El recreo fue tranquilo, me quede con los chicos.
-    Veni, Luna, jugemos al marinero. – me propuso Marcos.
-    ¿Qué es eso? – pregunté.
-    Pegame. – me dijo. Puso el brazo tenso.
-    ¿Para? Es ridículo.
-    Solo hacelo. – obligó.
-    ¿Seguro?
-    ¡Dale! Aprovecha para descargarte. – esa invitación era tentativa, y la tomé. Le golpeé, ¿Qué podría salir mal? Me imagine la cara de Adelise y mi puño fue directo al brazo de Marcos. Se quejó y se agarró el brazo. Una oleada interminable de carcajadas mezcladas con llanto de tanta risa.
-    ¿Te lastimó? – pregunto en broma otro de los chicos, Miguel, o Miggy como le deciamos.
-    Para, en serio, esta chica es fuerte. – se quejó.
-    Perdón. – me disculpe.
-    No hay problema…
-    A ver, seguro que sos un maricota. Es solo una chica. – y Miggy puso el brazo de la misma manera que Marcos.
-    Pero, no puedo andar golpeando asi a la gente… - intente detenerlo. Aunque… tenia ganas de pegarle, aun estaba algo alterada por la otra noche, sin importar el sueño que tuviera.
-    Me lo debi haber imaginado. Es una chica, se asusto. – me acusó, entonces lo tomé desprevenido. Ya no pensaba en Adelise, ya su comentario era suficiente.
-    ¡Auch! – exclamó - ¡Ya entiendo porque le dolió tanto a Luke!
-    Bueno, tampoco para tanto…
-    Chicos, miren esto. – llamó la atención Simón, uno de los más simpáticos del curso.
Todos lo miramos y él, una vez llamada la atención, tiró la cartuchera de Luciana, cuyas cosas eran las principales victimas de revoleos y pérdidas, al ventilador, prendido, obviamente.
La cartuchera siguió el ritmo de las haspas hasta que se salió, pegó contra un vidrio rasgandolo como una telearaña, y rebotando, logrando que llegara a salir de la clase por la otra ventana. Todos nos abalanzamos a la ventana, lo que antes eran risas, ahora era preocupación. La ubicamos en el medio de la calle, entera hasta que un auto la piso. Nos miramos alarmados.
-    ¿Ahora que hacemos? Esa tarada de Luciana nos va a delatar seguro. – dijo Simón.
-    ¿Y yo que se? ¡Fue tu culpa! – le acusó Miggy.
-    ¡Callate, que fue culpa de todos! – le dije – podríamos haberlo parado.
-    Gracias. – agradeció Simón.
-    No hay problema.
-    ¿Pero ahora que hacemos? – preguntó desesperado Marcos.
-    Nada. Si pregunta, no sabemos. – propuse muy simplemente.
-    Bueno. Tomemoslo como una venganza. – dijo con una sonrisa enorme Simón. Nos reimos todos.
Al terminar el colegio, fui una de las últimas en salir. Me tome mi tiempo para ver si salia Sofía para ver que quería decirme. Cuando salía, Marcos me tomó del brazo y me tiró para atrás. Me dio miedo de que volvieran a odiarme, me estaba llevando bien…
-    Luna, ¿puedo confiarte algo? - me preguntó.
-    ¿A mi?
-    No, a Magoya ¡Si, a vos! – dijo sarcásticamente - ¿Puedo? Pero por favor, no le cuentes a nadie, menos a uno de los chicos.
-    Obvio… - la duda ya me carcomía - ¿Qué pasa?
-    Soy… Soy… - empezó, pero se detuvo, se dirijió bruscamente a la puerta, se aseguró de que nadie estuviera y la cerró. Terminó y me miró muy nervioso.
-    Tranquilo, Marcos. No voy a decir nada. – intenté tranquilizarle.
-    Lo se, sos la única persona en la que confío. – me confesó. Me sentí orgullosa y bastante conmovida.
-    ¿En serio? Gracias. Pero vamos, me matas de la intriga. – dije ofraciendole una silla para que se sentara.
-    Gracias. – se sentó – Mira, es simple… es que no lo quiero decir asi, tan directamente…
-    Entonces decímelo indirectamente. – propuse con amabilidad
-    Me gusta alguien… - me contó con una mirada desesperada. Entendi al instante.
-    Y es un chico… - le seguí yo.
-    ¿Cómo supiste? – preguntó sorprendido.
-    Me pareció obvio, no por siempre, sino por lo nervioso que estabas. – me miro extrañado, le expliqué mejor: - Si se tratara sobre una chica no estarías tan alterado.
-    Ah…
-    ¿Quién es?
-    Miguel. – contestó con la cabeza gacha.
-    Mira vos. Hacen linda pareja. – comenté. Salió de su vergüenza con una mirada ilusionada.
-    ¿En serio?
-    ¡Claro! – contesté con decisión. No sabía si hablaba en serio, pero se veía mejor.
-    ¡Gracias! – exclamó y me abrazó. Ya estaba mejor. Le devolví el abrazo.
-    Vamos abajo. – sujerí.
Bajamos los dos en silencio. Me sentía bastante conmovida de que ese secreto me lo contara a mi. Una vez abajo, me agradeció de nuevo por escuchar y  que nunca se lo había dicho antes a nadie. Entonces… era algo de hace tiempo…
Busqué a Sofía, y la encontre en la esquina. Me saludo, bastante animada, y caminamos por el camino que tomaba siempre para mi casa.
-    ¿Querés ir tomar algo? – me ofreció.
-    Dale. No creo que noten que no llegué. – acepte – De todos modos, ¿de que me querías hablar?
-    Los Giordano, para ser simple. – respondió con una sonrisa divertida.
-    Uh, no me lances esa bomba… - supliqué en broma.
-    Vamos, ¿Qué esta pasando por ahí? – preguntó caminando para atrás para poder mirarme bien.
-    Con Mocca nada. Quiero decir, es mi mejor amigo y toda la cosa, pero no va más allá, no que yo sepa.
-    ¿Qué no sepas?
-    Si, no creo que él sienta algo por mi.
-    Yo si. ¿Y con el otro? Ese muy lindo. – dijo haciendo énfasis en esa palabra.
-    Pues, creo que la cosa va mas seria que antes… ¿Estas bien? – consulté cundo Sofía se choco contra una persona, asintió y me iso un gesto para que siguiera, ahora caminaba mas normal – No se…
Le conté los acontecimientos de la noche pasada. EL juego, Adelise, lo que dijo sobre mi Leo. Para cuando termine ya estabamos con nuestras bebidas en la mesa.
-    Esta muerto por vos. – opinó antes de tomar un poco de su café.
-    ¿Vos decis? – pregunté indecisa al recordar lo que le había dicho a Marcos.
-    ¡Mas vale! – exclamó.
-    Bueno… gracias.
-    Y si ya no lo queres, me lo dejas. – bromeó, no pude evitar el no reirme.
-    Muy graciosa.
-    Y, decime, ¿Hasta donde llegaron?
-    ¡¿Qué?! ¡Eso no es algo que se pregunta asi no más! ¡No lle…! – me alteré.
-    Tranquila, malpensada. Solo quería saber que hacen juntos, si salen o algo asi.
-    No soy malpensada. – me quejé.
-    Claro que si.
Volvi a casa, acompañada por ella, aunque de a poco iba aprendiendo el camino de vuelta. Como odiaba tener que esperar tanto para entrar a mi propia casa. Tenia que esperar a que llegara el ascensor para subirme y bajarme. Finalmente llegué y, muerta del cansancio, me tire en la cama.
El día siguiente fue mas reconfortante. Con Mocca y Leo de vuelta en el colegio y con la relacion con mis compañeros mejor que nunca, mi único problema eran las chicas, y ni siquiera podría llamarlo un problema, ya que sus miradas de odio por tener a mi alrededor a los dos chicos mas lindos del colegio me daban lo mismo.
-    Martín, dejame. – pidió Marcos sentandose en el lugar de Mocca.
-    ¿Por? – preguntó extrañado Mocca.
-    Porque necesito hablar con ella. Por favor. – suplicó con las manos agarradas.
-    Bueno… - accedió mi amigo con una mirada de desconfianza.
-    ¿Qué pasa? – pregunté.
-    ¿Cómo que pasa? ¡Sos en la única en que confío! ¡Necesito tu ayuda! – esclamó.
-    Dale, soltalo. – dije moviendome de modo de vernos cara a cara.
-    Mira… - y me empezó a contar.
La forma de contar historias y cosas de Marcos era la típica de un cordobés: gracioso. No podía evitar el reirme de las anécdotas que me contaba sobre él y Miguel. A ver, un resumen: eran mejores amigos desde chicos, hubo algunos roces, en la actualidad estaban distanciados. Esos tres puntos eran lo único que logre sacar relevante de toda esa información de relleno que era por demás graciosa. Mi diagnostico: teníamos una nueva pareja en el curso que juré formar por lo divertida que me parecía.
Al terminar la hora, nos quedamos charlando. Le conté sobre Leo, haciendolo jurar que cerraria su boca con el tema, ya que me pareció una retribución por su confianza en mi. Terminamos burlando a Adelise. Pusimnos apodos, hicimos imitaciones, hasta que Mocca interrumpió.
-    ¿De que hablan? – preguntó.
-    Nada celoso. – contesté en broma.
-    No te preocupes, no te la quiero robar. – bromeó Marcos.
-    No estoy seguro de eso. – comentó Mocca. No sabía si estaba hablando en serio o no.
-    Sientense. – ordenó una voz desconocida.
-    ¿Quién sos? – preguntó sin un abismo de respeto Simón, muy típico de él.
-    Soy su nueva profesora de matemática. – respondió la desconocida.
La mujer era muy alta, mas o menos mas de tres cabezas por encima mio. Parecia muy recta y estricta. Su cara era larga y tenía el pelo, gris claro a causa de los años,  recojido en un rodete alto. Usaba anteojos rectangulares y, ridículamente, ostentaba una pulsera y aritos enormes de numeros romanos. Me daba miedo.
-    Sientense o no vamos a llevar mal desde el comienzo. – ordenó y todos nos sentamos en nuestro lugar, Mocca a mi lado de vuelta.
-    Disculpe, pero, ¿Qué paso con nuestra profesora? – cuestioné.
-    Se fue, aparentemente no los soportaba. Por eso estoy aca, para ponerles los limites. – contesto amenazadoramente.
-    Estoy segura de que no fue por eso, Luanette, nuestra profesora anterior, se llevaba bastante bien con nosotros. – opiné para mi misma.
-    ¿Me esta cuestionando? – me preguntó la mujer.
-    No. Ni siquiera le hablaba a usted. – respondí.
-    Deje de discutirme señorita, digame su nombre. – me gritó. Estaba muy sacada. Me costo mantener la risa.
-    Luna, pero…
-    ¿Es broma? ¡Su apellido! – gritó con la planilla en la mano.
-    ¡Deje de gritar! – me quejé - ¡Soy Redford!
-    Bueno, señorita Rantor, se ganó un uno en el primer momento de conocernos.
-    ¿Un uno? ¿Por qué? – pregunté ya riendome, aunque estaba bastante enojada.
-    Por ser una cuestionadota. – contestó.
-    ¡No soy cuestionadota, ni siquiera le hablaba a usted! – explique ya alterada.
-    ¡Deje de gritar Rantor o tiene otro uno! – exclamó.
-    ¡Y usted de llamarme Rantor, mi apellido es Redford!
-    Callese. – ordenó una vez llegada toda la clase, mirando con horror la escena – Hoy tendremos un examen, saquen tres hojas y empiezen.
-    ¿Qué? – empezaron todos.
-    Señora, acaba de llegar, no nos puede dar un exámen. – se quejó Mocca.
-    ¿Cuál es su apellido?
-    Giordano.
-    Otro uno.
-    Pero…
-    ¿Cuál es su problema? – pregunte yo en defensa de mi amigo.
-    Callese o le doy ambos temas para hacer.
Nos dio un exámen con temas jamas vistos. Nos quejamos aunque no llevo a nada mas que unos. Termine el examen primera, y tengo que decir que a comparación de otros yo logre terminar el examen y me fue bastante bien. Sali de la clase y me fui a quejar con la rectora.
-    Tendran que aprender a lidiar con los límites, Rator. – respondió.
-    ¡Pero en sima de incoherentes son ciegos en este colegio! – exclamé, tomé bruscamente la lista y se la puse en frente de la cara señalando mi nombre - ¡Mire! ¡Redford! ¡Luna Redford me llamo, entiendalo!
Y me retiré después de tirar la lista al piso.
- ¿Pero quien se creé que es? ¡Es una inútil! ¡la odio, la odio! – me quejé con los chicos, que me miraban caminar de una punta a la otra del salón completamente alterada con atención.
Todos asentían a mis quejas con mucha seriedad. Tan típico de ellos, se podían quejar de todo, pero si les tocaba en cuanto a las notas, la seriedad era tal que ni una palabra salia de sus labios demasiado sorprendidos para sacar un sonido de ellos.
Si se preguntan por los resultados, no podían haber sido peores. Bueno, poniendome aparte ya que me había sacado un nueve (aunque era un diez tachado, ya que me había sacado un punto por comportamiento en clase, lo cual me saco de mis casillas mas que el dia anterior. Era una desubicada esa mujer. En resumen, todos se sacaron entre uno y tres.
-    Les pasa por no estudiar. – acusó la profesora. La ira brotaba en mi como en el resto, todos gritabamos, sin excepcion. Las cosas volaban y palabras no muy decentes se escuchaban, obviamente, provenientes de mi boca. La profesora fue a llamar a la rectora, alterada por nuestra reaccion tan violenta.
-    ¿Qué pasa? Hablen levantando la mano, sino les doy una sancion a todos. – al decir estas palabras nadie mas hablo. Solo tres chicas levantaban la mano, incluyendome – Luciana, decime.
-    Que no entiendo el porque me saque un uno, si estaba bien.
-    Porque no podes dejar a la mitad una ecuación, y menos aún si lo haces tan mal, porque lo que resolviste no era solo una ecuación, tenias que ponerlo en el grafico.
-    Pero si no explican…
-    Vos deberias saberlo. – advirtió la rectora.
-    Ahora yo, digame algo, ¿Por qué nos trata tan mal desde el primer día? – dijo otra de las chicas.
-    Fijese en su conducta. – repondió.
-    Pero mire como la trató ayer a Luna sin que ella hiciera nada… - comentó Miguel.
-    Callese o le pongo un uno.
-    Luna, habla. – me cedió la palabra la rectora. Con el estomago retorcido por la bronca, me levante y empecé con la queja.
-    Tengo tres cosas para decir. Primero, fijese usted un poco en su actitud, que yo ayer, como bien dijo Miguel, no hise nada malo y me tuve que comer un uno. Y antes de que me ordene que me calle dejeme recordarle que tengo la palabra. – previné al ver que habría la boca para quejarse – Segundo, Usted es una bestia. – dije, y poco a poco mi voz se iba transformando en un grito – Usted no tiene derecho alguno de tomarnos un examen el primer dia, ¡primer día! Es ridícula, en sima habla de mi como si me tuviera de alumna desde hace años, y me acaba de conocer, ¡no se sabe ni mi apellido y tiene los huevos para decirlo mal! Tecero, ¿Quién se cree usted para tomarnos un examen sin siquiera explicar! – al ver que otra vez se iba a quejar, me adelante – Yo, señora, fui la única en este curso en aprovar porque mande cualquier cosa, pero digame algo, ¿piensa que todos reprovaron por que TENIAMOS QUE SABER EL TEMA? – grité - ¡Claro que no! Hay alguien que no me acuerdo quien que dijo si mas de la mitad de la clase reprueva es por la INUTILIDAD del PROFESOR y no de la del alumno. Fijese cuantos reprovamos: - a esto me puse a contar para que se dieran cuenta de cuantos reprovaron - ¡Veintidós, veintidós personas de veintitrés! Es una mayoría bastante importante, ¿no? En sima, yo tenía un 10, la única apvada, y me bajo la nota pro comportamiento. ¡Por favor! ¡Por lo menos intenté parecer profecional!
-    Si no salis ya de la clase, llamo a tus padres. – me amenazó la profesora.
-    Llama a quien quieras, no hay nadie en mi casa y tampoco me importa. Ademas, me esta haciendo un favor, ya uqe no voy a tener que ver sus ridículos aritos y su asquerosa pulsera que tanto se parecen a su cara.
Entonces me fui afuera con una oleada de aplausos. Me había desquitado lo suficiente. Después de mi salida triunfal logre escuchar como me aclamaban, pero no me llamaban Luna, sino Redford. Me sente con una sonrisa y espere a que sacaran al proximo, aunque nunca llegó.
Absorta en mis pensamientos, me sobresalte cuando hecharon a alguien de quinto, que quien podria ser sino Leo.
-    ¿Qué haces aca? – preguntó sorprendido.
-    Dije la verdad. – respondí.
-    Dale, en serio. – dijo.
-    La insulte.
-    Opaa… no me lo esperaba de vos…
-    Si me vas a llamar por mi apellido hacelo bien o te castro. – amenazé de mal humor.
-    Bueno, bueno, que yo no te hise nada.
-    Rator, copie los ejercicios y salga para hacerlos. – ordenó la nueva. Me hise la tonta y mire detrás mio.
-    Disculpe, ¿Me habla a mi o delira? – pregunté sobre la risa de Leo.
-    No se haga la tonta. Sabe que le hablo a usted, la llame por su apellido.
-    Si, Leo, creo que te habla a vos. – bromeé.
-    Sabe que, no lo hace y…
-    Me pon un uno, dos dias de tenerla y ya me aprendi de memoria su mayor amenaza. La segunda es llamar a mis padres, la tercera una sancion, y probablemente la cuarta sea persuadir a la directora de una expulsión. – repuse.
-    Callese…
-    ¡Y valla a copiar! – imite con las palmas al cielo. Entre a la clase y copie lo mas rápido posible y salí.
-    Y mas vale que lo tenga terminado o…
-    Le digo a la rectora y tendra graves problemas. – terminé adivinando la amenaza. La mujer enrojecio de la ira y salio, enganchandose la pulsera en la manija al entrar.
-    ¡Que no se le rompa su pulsera! – dije cuando entro.
-    Que lindas… - comentó Leo.
-    ¿Viste? La odio, es insoportable.
-    ¿Pero que te hizo? – preguntó.
-    A ver: me puso un uno por pensar en voz alta, otro por corregirle mi apellido, un punto menos por “mal comportamiento”, dar un examen de un tema jamas visto… ¿algo mas?
-    ¿Cuándo llego esta mina?
-    Ayer.
-    Vamos todavía, tengo una novia rebelde. – bromeó. Casi se me sale el corazón por la garganta.
-    Y eso no es nada, espera un poco más.
-    Espero con ansias.
-    Luna. – me llamó Simón.
-    ¿Te sacaron? – pregunté divertida. No me sorprendía en nada que él fuera quien saliera después que yo.
-    No, te vine a hacer compañía. – contestó con sarcásmo, después miró a Leo – Aunque veo que ya estas acompañada.
-    Que mi presencia no te incomode. – pidió Leo haciendo un acting con la mano como si lo detuviera. Me hizo acordar, solo por un momento, a Mr. Darcy de “Orgullo y Preuicio” de Jane Austen.
-    ¿La escuchaste como gritaba desde afuera? – preguntó Simón.
-    No, ¿Cómo fue?
-    Simón, no hace falta… - intenté detenerle, pero ya había empezado a hacer una imitración mía, bastante buena debo decir, y de mi discurso. Al terminar, Leo me miro y asintió.
-    Nada mal, eh. – comentó con orgullo.
-    Callate o te pongo un uno. – imite a la de matemática.
-    Buena. – opinó entre carcajadas mi compañero.
Entonces Leo se sentó a mi lado y me paso la mano por la cintura.
-    ¿Y ahora me queres poner un uno? – curioseó a mi oido.
-    Despues hablamos.
-    Eh… ¿Qué onda? – consultó Simón extrañado.
-    Nada, solo que este idiota… – contesté golpeandolo en el brazo.
-    ¿Otra vez? – se quejó Leo agarrando el antebrazo golpeado.
-    Es un baboso. – concluí.
-    Ah, veo.
Sabía que no lo había engañado, pero como lo concía a Simón sabía que por mas que lo supiera no esparciría el rumor ya que no era su estilo. Mientras no lo molestara no lo diría.
A la vuelta, me volví con los dos hermanos. Mocca tambien tenía una imitación mia, y dejenme decir que era incluso mejor que la de Simon. Leo no dejaba de preguntar por qué se perdía de las mejores cosas.
Los dejé pasar a mi casa, era la primera vez que entraban ambos juntos. Charlamos un rato y al rato se fueron. Cada uno tenía cosas que hacer, y no podíamos hacerlas si estabamos juntos.
En la cena nos encontrabamos todos sentados. Fue entonces cuando tiraron la bomba.
-    Bueno, me voy de viaje. – rompió mi mama el silencio.
-    ¿Qué? – me sorprendí.
-    Si, me voy a Europa por un mes.
-    ¡No! ¿Otra vez te vas de viaje? – exclamé indignada.
-    Deberías estar feliz por mi. – se quejó mi mama.
-    No, pero date cuenta de lo poco que estas aca. No te vemos nunca.
-    Luna, no seas egoísta, es re importante para mama esto. – comentó Bianca.
-    Bian, callate, ma, nunca estas conmigo, y no me vengas que es porque estoy siempre con los chicos ya que cuando vos estas estoy siempre aca esperando a que reacciones y nunca nada. – dije en voz baja por el nudo que tenía en la garganta.
-    No voy a discutir con vos. – anunció y se fue. La seguí indignada.
-    Mama, no tenes derecho a enojarte. Soy yo la que debería estar enojada. No me importa que te vayas, me parece genial, pero date cuenta de que te quiero ver algun día. ¿Cuándo te vas?
-    En una semana. – respondió cortante.
-    Bueno, podes pasarla conmigo…
-    Tengo mucho trabajo Luna, soy la única que trabaja aca. ¿Estas llorando? – preguntó sorprendida. Sentía como las lagrimas ardían en mis ojos, pero ise caso omiso. Intenté esconderlas.
-    No, sabes que no lloro.
-    Pero lo estas. – dijo mirandome preocupada.
-    ¡No es cierto!
-    Esta bien, voy a pasar tiempo con vos, pero sabes que no tengo mucho… - empezó a decir, pero algo en su computadora la interrumpió.
-    Sabes que, ni te preocupes. Andate ya si queres. – dije con la bronca en la gargantá y las lagrimas a punto de saltar.
Me tiré en la cama y evite las lágrimas. El dolor de cabeza me taladraba el cerebro y no podía pensar bien.  La oscuridad de mi cuarto era como un refugio, aunque las voces de mi familia del otro lado de la puerta me hacían sentir como un raton escondiendose del halcón.
Me pregunte cual era mi problema últimamente, estaba muy llorona. Sabía que tenía algo que ver con los Giordano, pero no lograba entender la exacta razón. Tanto pasando en tan poco: un mejor amigo, tres confesiones, un novio, un chico celoso, una confusion muy grande (la de si me gustaban ambos hermanos o que), una nueva amiga, una enemiga, tuve mas valor, reconocimiento de parte de mis compañeros, me gane la confianza de otros y mía, mi orgullo había crecido significativamente, y mas importante, ya las cosas no me daban igual, como no me daba igual el hecho de que mi madre se fuera un més cuando no la veía nunca. El tiempo que había pasado con ella era tan poco que no lo podía creer.
Al día siguiente les conté a Marcos y a Mocca sobre el viaje de mi mama. Los dos estaban indignados.
-    Que… maldita. – comentó Marcos.
-    Totalmente, aunque yo hubiera usado algo mas fuerte. – dijo Mocca. Las lagrimas volvieron aunque por suerte no tenían intensidad, no lloraría, pero el dolor de cabeza volvía y el ardor en los ojos aumentaba.
-    Tranquila, no te enojes, pobre, mira su lado, hace todo lo posible por la familia. – me tranquilizó Marcos.
-    No, si eso hiciera no descuidaría de esa manera a nuestra familia en cuanto a lo afectivo. – respondí. Sabía que Marcos tenía que decirme, pero Mocca, que no sabía que opinar, se limito a abrazarme. No pudo haber hecho mejor.
-    Todo va a estar bien. – me tranquilizó Mocca.
-    ¿Qué pasa aca? – preguntó Leo – ¿Me dejas un poco, hermanito?
-    Eh, si…
-    ¿Qué soy, una cosa que pasa de una mano a otra?
-    ¡Claro! – contesto – Por cierto, hola. – me saludo en voz baja sobre mi cabeza con sus brazos rodeandome firmemente.
-    Hola…
-    ¡Leo! – exclamó una voz afransesada.
Todos nos dimos vuelta y ahí estaba ella, caminando hacia nosotros: Adelise.
- Pero la pu…

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